TÍTULO ORIGINAL: An Affair to Remember
CALIFICACIÓN: 8
Fecha de visión: 29 de mayo de 2.009
NACIONALIDAD: EE.UU.
AÑO: 1.957
DIRECCIÓN: Leo McCarey
INTÉRPRETES: Cary Grant, Deborah Kerr, Cathleen Nesbitt, Richard Denning, Neva Patterson, Robert Q. Lewis, Charles Watts, Fortunio Bonanova, Dorothy Adams, Richard Allen, Geneviève Aumont, Al Bain, Butch Bernard, Dino Bolognese, Paul Bradley
MÚSICA: Hugo Friedhofer
FOTOGRAFÍA: Milton R. Krasner (color)
GUIÓN: Delmer Daves y Leo McCarey, basado en un guión del primero de ellos, David Odgen Stewart y S. N. Behrman, para la película del mismo nombre de 1.939
CRÍTICA:
Algo para recordar
No he visto la película del mismo título de 1.939, dirigida por el mismo McCarey, en la que se basa esta, pero, aunque sólo sea por la disparidad entre los actores protagonistas de ambas cintas (nunca he podido entender que Charles Boyer fuera considerado un galán, a pesar de los evidentes cambios en los canones de belleza), me resulta difícil imaginar que, esta vez, el original pueda superar a la copia.
Nos hallamos ante un elegante melodrama romántico, con dos partes perfectamente diferenciadas; en la primera de ellas, el viaje en el transatlántico, el humor es el elemento reinante, que se va diluyendo paulatinamente, conforme se va afianzando la historia de amor, con un innecesario y desfasado paréntesis sentimentaloide, como es la visita a la abuela del personaje protagonista. La segunda parte, ya plenamente dramática, también tiene sus intervalos desechables, pero se le perdona todo ante un final espléndido, emotivo e inolvidable, que perdura en la memoria por encima de todo lo demás y hace que la sensación final que nos queda de la película sea, tal vez, superior a la suma de sus partes.
Grant y Kerr, por su parte, están magníficos, sutiles y elegantes en unos papeles difíciles de defender, que bordean el ridículo en varias ocasiones, pero que ellos saben llevar a buen puerto. En definitiva, una hermosa historia de amor en la que apenas han hecho mella los cincuenta años transcurridos, porque los pocos defectos que se le pueden encontrar venían ya de fábrica y no son atribuibles al paso del tiempo.